septiembre 15, 2011

HISTORIA DE CHILE Ordenes religiosas en la Colonia

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Junto con la espada, vino la cruz. Acompañando a las expediciones de Diego de Almagro y Pedro de Valdivia llegaron los primeros sacerdotes, pertenecientes a la Orden de la Merced. En el transcurso del siglo XVI, se instalaron en el país nuevas órdenes religiosas, como los dominicos y franciscanos, que junto con los mercedarios alzaron los primeros conventos en Chile. Además de combatir con las precarias condiciones materiales que les imponía el nuevo territorio, la actividad misionera de los frailes tuvo que hacer frente a la hostilidad de la población indígena, en especial en la zona sur del país. La labor misionera, prioridad en los primeros años de la conquista, se complementaba con la enseñanza, especialmente la de los jóvenes que se preparaban para la vida religiosa y que no tenían cómo costear los gastos de su educación. En 1593 llegaron los primeros sacerdotes de la Compañía de Jesús, orden que llegaría a ser una de las más influyentes en los dos siglos sucesivos, instalando misiones, colegios y conventos en todo el país, fomentando la enseñanza y adoptando una política de protección a la población indígena. Durante el siglo XVII, el clero regular superaba en número a los religiosos seculares. Los frailes de las distintas reglas gozaban de gran popularidad en la sociedad chilena, la que les favorecía con sus limosnas, donaciones y herencias. De este modo, los conventos se multiplicaron con tal celeridad por el territorio chileno que el Rey, en un intento por normar la situación, prohibió las nuevas edificaciones, so pena de demoler los conventos levantados sin su autorización. Desde comienzos del siglo XVIII, la vida de los misioneros -el oficio de párrocos y la residencia en pequeños conventos- comenzó a exhibir cierto grado de debilitamiento en la disciplina y en el rigor de la vida monástica de un buen número de órdenes religiosas. Por otra parte, la sociedad colonial, aunque profundamente religiosa, se inmiscuyó demasiado en los asuntos domésticos de los conventos, llegando incluso a participar en la elección de los superiores de los mismos. La excepción fueron los jesuitas, los que se dedicaron con fervor al estudio, la oración y la enseñanza, manteniendo de este modo una decisiva influencia en nuestra sociedad. Y fue precisamente esta influencia en la sociedad de la época, la que en parte determinó a la corona española a expulsar de todos sus dominios a la Compañía de Jesús. La orden real fue cumplida, y Chile -como el resto de América- vio detenerse el proceso misionero y cultural que habían emprendido los jesuitas. Con la intención de poner freno al debilitamiento espiritual que afectaba al clero chileno, las autoridades eclesiásticas emprendieron un conjunto de iniciativas tendientes a restablecer el orden y disciplina al interior de los conventos. El obispo Manuel de Alday convocó a un Sínodo Diocesano en 1763 y emprendió enérgicas medidas para lograr una reforma del clero regular. La reforma eclesiástica no se limitó sólo a los claustros, sino que intentó extenderse al conjunto de la sociedad a través de la prédica y la acción directa de la Iglesia. En relación con las órdenes de religiosas, hacia 1754 existían conventos repartidos por el territorio, especialmente entre Santiago y Concepción, quienes también se dedicaban a la instrucción de las hijas de las familias acomodadas. Estas eran de las Agustinas, Clarisas de Nuestra Señora de la Victoria, Claras, Carmelitas de San José y Capuchinas. Más tarde se fundaron las Dominicas de Santa Rosa, las Carmelitas de San Rafael y la Compañía de María.






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